Argentina entra en shock por la muerte de Maradona
De la incredulidad al dolor infinito, sin escalas.
Así fue la transición de emociones que provocó en Argentina la inesperada noticia de la muerte de Diego Armando Maradona, el '10', el 'Pelusa', el 'barrilete cósmico', el máximo ídolo de la historia del futbol argentino, uno de sus personajes más complejos, admirados y controvertidos. Y también uno de los más queridos.
Poco después de la una de la tarde, la confirmación de su fallecimiento comenzó a dispersarse en la prensa, en las redes sociales, en las calles, bajo un manto de escepticismo.
"Imposible", "esto no puede ser cierto", "¿es una mala broma?", "2020, año maldito", "es una pesadilla", "el día más triste de nuestras vidas", fueron algunas de las primeras reacciones de sus fanáticos.
Conductores de televisión, periodistas que tuvieron que dar la noticia en vivo no lograron ocultar las lágrimas. Tampoco lo intentaron, a sabiendas de que, aquí, es imposible desconocer el fanatismo, la incondicionalidad y el amor que 'el Diego' generó en millones de personas en Argentina y alrededor del mundo.
En todas las pantallas se multiplicaron las imágenes en blanco y negro de un Maradona niño que decía a cámara que solo quería ganar un Mundial. Y las de su sueño cumplido en México 86, con él vestido con la camiseta albiceleste y besando la Copa en alto. Se viralizaron, de nuevo, sus inolvidables dos tantos frente a Inglaterra, uno de ellos considerado el mejor gol de la historia.
Mientras los medios hurgaban en sus archivos audiovisuales y los autos hacían sonar sus cláxones en señal de luto, fieles seguidores comenzaron a dirigirse a la casa en donde el exfutbolista murió al mediodía después de haber sufrido un paro cardiorrespiratorio, o a la cancha de Gimnasia, el club del que era director técnico. En el barrio de La Boca que alberga a La Bombonera, la casa de Boca Juniors, el club de sus amores, al principio todo fue silencio.
De a poco comenzaron a llegar los "hinchas" que improvisaron un altar con ramitos de flores, banderas, dibujos, fotografías de Maradona; que cantaban, lloraban o rezaban.
En otras zonas de la ciudad, doloridos seguidores gritaban desde sus ventanas el nombre del deportista que los hizo tan felices con cada uno de sus goles, con sus jugadas, con su carisma.
Ni siquiera había pasado una hora después de que se confirmara la noticia y el rostro del ídolo ya ocupaba las portadas de medios de todo el mundo. Porque era el argentino vivo más universal, apenas seguido por Lionel Messi.
Desde el Gobierno se pusieron a disposición de la familia de Maradona. A las hermanas y a las hijas les ofrecieron velarlo en la Casa Rosada, la sede presidencial que mañana abrirá sus puertas para una jornada luctuosa histórica. Las multitudes para despedirlo, a pesar de la pandemia, son previsibles: es el último gran ídolo popular de Argentina.
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